Nuestros economistas conversan sobre el supuesto dilema existente entre el crecimiento económico y la protección del medio ambiente. Aquí el diálogo entre Maynardo (M), quien se preocupa por el medio ambiente, y Adamo (A), quien privilegia el crecimiento.
A: El dilema entre medio ambiente y crecimiento ha cobrado nuevas víctimas políticas en Chile: el mes pasado, tanto el ministro de Hacienda como el de Economía, presentaron sus renuncias a la presidenta Bachelet por desacuerdos sobre la política económica. La discrepancia surgió cuando el gobierno chileno descartó un gran proyecto minero al norte del país. Allí, una empresa privada planeaba invertir US$ 2.500 millones para la construcción de una mina, una planta desalinizadora y un puerto. El proyecto contemplaba la extracción y exportación de cientos de miles de toneladas de cobre y hierro. Pero la presidenta Bachelet consideró que la empresa no había presentado garantías suficientes en materia de protección del medio ambiente y vetó el proyecto.
M: Lo que pasa es que esto se iba a desarrollar a 30 km de la reserva marina más importante de Chile; un ecosistema donde vive el 80% de la población de pingüinos de Humboldt. Me parece prudente y ejemplar el comportamiento de la presidenta Bachelet, privilegiando el cuidado del medio ambiente por sobre los intereses privados de una minera.
A: El tema es que se trataba de una mina que contaba con los permisos ambientales otorgados por el propio estado chileno. No sé si iba a afectar o no a los benditos pingüinos, pero Chile requería urgentemente dinamizar la inversión privada para salir de la parálisis económica en que se encuentra. Y esto me trae a la mente el caso de Conga. Este proyecto también contaba con todos los permisos ambientales, pero el Estado no supo explicar ni defender la evaluación que había hecho del impacto de la mina sobre las lagunas y los acuíferos.
M: Lo de los permisos es un tema formal. El problema de fondo es que, si existen dudas razonables de que un proyecto de inversión puede dañar al ecosistema, incluyendo el agua y el aire, entonces lo correcto es modificar el proyecto a fin de preservar el medio ambiente y la vida. Y hacerlo a pesar de que esto pueda demorar (o “trabar” que le dicen) algunos proyectos de inversión. Necesitamos inversión, sí, pero de calidad mundial.
A: Sin duda, las inversiones deben cuidar el medio ambiente. Ya pasó la época de los proyectos que hacían caso omiso de la sostenibilidad ambiental y social. Pero de ahí a ser esclavos de los ambientalistas, hay un abismo. En eso vamos a acabar: sin poder aprovechar nuestros recursos naturales –minería e hidrocarburos principalmente– por la oposición cerrada de ONGs ambientalistas y por la complicidad de gobiernos débiles.
M: Insisto: ante la duda razonable, se debe privilegiar el medio ambiente y la vida.
A: Yo opino que se debe privilegiar la inversión y el crecimiento, es decir el bienestar de los ciudadanos antes que el de los árboles. De lo contrario, tendremos lindos paisajes naturales rodeados de poblaciones pobres y hambrientas.
M: En los últimos 20 años el crecimiento económico mundial sacó de la pobreza a más de 660 millones de personas y elevó el nivel de ingresos de muchos millones más, pero a menudo a expensas del medio ambiente. Al no valorizarse el “capital natural” de la tierra, este se derrocha. Los gobiernos no toman en cuenta el costo social del agotamiento de los recursos y esto pone en peligro la sostenibilidad a largo plazo del crecimiento.
A: Palabras bonitas… Conozco el caso de una inversión minera millonaria en Arequipa que se paralizó durante meses, porque alguien señaló que allí habitaba una especie de lagartija que estaba en peligro de extinción. La empresa tuvo que traer al experto mundial en lagartijas para que certificara que esta especie era una lagartija común y que no estaba en peligro de extinción. ¿Cuánto costó paralizar la inversión por meses y quién lo pagó? Los pobres del Perú.
M: Asegurar la sostenibilidad y la vida puede encarecer y demorar las inversiones. No hay lonche gratis Adamo, tú siempre enfatizas esto.
A: Como dice el historiador Michael Zimmerman, el mundo está dirigiéndose aceleradamente a un “ecofacismo”, en el que gobiernos totalitarios requieren que los individuos sacrifiquen sus intereses en pro del “bienestar y gloria de la tierra”. Es una nueva forma de totalitarismo, no muy diferente al comunismo del siglo XX. No es casualidad que muchos dirigentes totalitarios de izquierda se hayan convertido en activistas ambientales.
M: En tu visión, los países como el Perú no tienen otra opción que “crecer suciamente y limpiar después”. No estoy de acuerdo. Puede resultar imposible o prohibitivamente caro “limpiar después”, además de la irreversibilidad de los daños ambientales, como la pérdida de la biodiversidad.
A: Para asegurar la conservación del medio ambiente sin condenarnos a la pobreza por no explotar nuestros recursos, lo que hace falta no es más intervención del Estado como tú predicas, mi estimado Maynardo. Lo que se requiere es de más capitalismo, más y mejores derechos de propiedad y soluciones de mercado para valorizar el daño ambiental. Las ONGs ambientalistas dicen no a todo, pero alguien se pregunta ¿cuál es el nivel óptimo de polución o de daño ambiental? ¿Es acaso el nivel óptimo igual a cero? ¡Claro que no!
M: Si bien los países pobres deben centrarse en satisfacer las necesidades básicas de sus poblaciones y ampliar sus oportunidades para crecer, no es necesario hacerlo a costa de la degradación insostenible del medio ambiente, Adamo.
A: Fundamentalismo. En eso se ha convertido buena parte del discurso ambiental. Es lo más parecido que conozco al fundamentalismo religioso. El medio ambiente está ahí para ser transformado por el hombre y utilizado en su beneficio. No existe nada “innatural” en esto. Así es como el hombre ha progresado y mejorado la calidad de vida de miles de millones de personas a lo largo de la historia.
M: El dilema fundamental no está entre prosperidad económica y protección ambiental, sino entre cuidar “el capital natural” para las futuras generaciones y hacer las cosas como las hacemos hoy. Cambiar – por ejemplo – la manera como generamos y consumimos energía nos puede brindar mucho mayor prosperidad económica. Claramente, siempre habrán grupos “perdedores”, como los actuales contaminadores, a los cuales tú pareces defender Adamo.
A: Parece que no nos entendemos…
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